lunes, 15 de febrero de 2016

Abucheos

Rosa Diez, política española de inclinación liberal, preveía por los informes de sus colaboradores un público marcadamente hostil y receloso en la conferencia que habría de dictar a mediados de octubre de 2010 en  la Facultad de Ciencias Políticas de la universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, el desaire del que fuera víctima no fue precisamente un sabotaje tradicional. Organizado por una asociación estudiantil de izquierda de dicha universidad, además de las recriminaciones típicas, de las consignas anacrónicas y reaccionarias, el boicot tendría un toque distintivo de teatralidad ¿Habría asistido en realidad de haber sabido  la burla que tendría que afrontar?
En un principio el escrache se ajustaba a la norma: había un par de carteles reclamando “fuera fascistas de la universidad” y puñados de muchachos arremolinados en torno a los pasillos gritando y dando rechiflas. Pero a la señal de Pablo Iglesias (en ese entonces profesor de la universidad, ahora líder político polémico y ampliamente reconocido) una de las asistentes a la conferencia se levantó de su asiento e hizo gestos al resto del auditorio para que ejecutara la pantomima antes de que Rosa Diez tuviera oportunidad de pronunciar palabra: cerca del 80% de  los asistentes se incorporaron de sus butacas con un tarjeta roja, a continuación un par de ellos leyeron un breve manifiesto por medio del cual rechazaban el “oportunismo” de la política, luego de lo cual salieron del auditorio profiriendo chiflidos. Terminada esta rocambolesca presentación, la conferencia finalmente se llevó a cabo, a pesar de que fue interrumpida en cuatro ocasiones más por una inesperada alarma de incendios, según el diario  El País de Madrid.
Cuando conocí de este incidente me  resultó inevitable hacer una asociación con varios  episodios que he vivido en el transcurso de  mis años de estudio en la Universidad Nacional de Colombia. Hay uno que seguramente recordará el lector, en vista de que sucedió hace unas dos semanas: El 28 de enero de este año, el presidente Juan Manuel Santos asombró dando un discurso de bienvenida en el auditorio León de Greiff a los estudiantes que ingresaban este semestre a la Universidad Nacional: en él habló  de la paz, entre muchos otros temas; fue una grata sorpresa ver a un presidente dándole la cara a los estudiantes, ya que la Universidad Nacional se había convertido en un espacio vedado para los políticos y líderes de opinión del país.
La razón es apenas obvia: dentro de esta institución existe un grupo de reaccionarios que se ha apoderado de los espacios que sirven para ventilar los asuntos que interesan a la comunidad universitaria; valiéndose de la intimidación provocada por los gritos y las rechiflas, logran imponer su agenda pese a ser una minoría. En medio de su delirio  parecen estar convencidos de que debatir con ellos consiste en tener la disposición de escuchar sus arengas vacuas y estridentes sin tener la posibilidad de interpelarlos.
Las personalidades públicas han entendido que no vale la pena conferenciar en la universidad pública más grande del país en vista de que los espacios han sido cooptados por un grupo que no está calificado para participar en un dialogo constructivo. Por eso es que la visita de Juan Manuel Santos fue  muy bien vista por un amplio de grupo de profesores y estudiantes esperanzados con la idea de que la Universidad Nacional sea en un futuro cercano, espacio privilegiado para desarrollar los debates que interesan al país.
Infortunadamente, la noticia el 28 de enero  se opacó por la actuación de una estudiante que lo interpeló grotescamente por cerca de cuatro minutos. En su alegato caótico, trajo a colación temas tan dispares como el TLC, el paro agrario, la educación, el salario mínimo y la venta de ISAGEN, y se centró más en descalificar a Juan Manuel Santos que en desarrollar un argumento sólido que pudiera controvertir el discurso del presidente, además de azuzar al público a la gritería y al desorden con clichés como “usted se equivoca presidente, esta no es de las mejores universidades, es la mejor universidad del país”.
¿Estarán dispuestos los necios que se han decantado por las arengas y los abucheos a cambiar de mentalidad, o por lo menos, de actitud?   Yo pertenezco a esa legión de seducidos que creen que la Universidad Nacional es el foro ideal para el acuerdo sobre el disenso. Así no más, sin quites ni dilaciones, pero con el profundo respeto por el contradictor.

*Publicado originalmente en Revista CiudadBlanca

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