domingo, 10 de abril de 2016

¿Qué hay detrás de ISIS?

Caricaturara de Peter Brookes, para The Times

El último ataque terrorista perpetrado por ISIS (también conocido como DAESH o Estado Islámico (EI)) en Bruselas dejó un saldo de 31 muertos y más de 100 heridos. Naturalmente, los grandes  medios han sucumbido a la tentación de aprovechar este suceso infeliz para rellenar sus espacios informativos con imágenes de las víctimas y de los destrozos materiales de los atentados. Los ataques consumados en los últimos meses han gestado entre el público una sensación de terror e indefensión  generalizados.
Aunque ISIS ha utilizado la guerra civil en Siria para expandir su influencia, puede decirse que su origen se remonta a Irak, y que los dos factores fundamentales desencadenantes de este  Frankenstein son la guerra fría que han librado diferentes potencias regionales,  como Irán y Arabia Saudita y de otro lado la calamitosa política implantada por  Estados Unidos en la zona.

Las secuelas de la guerra de Irak

La intervención americana en Irak en el año 2003 es el primero de una larga lista errores cometidos por diferentes administraciones estadounidenses; no sólo la justificación esgrimida por sus defensores resultó ser una gran mentira[1], también se ha demostrado con el paso de los años  que en términos estratégicos fue una desastre estrepitoso. La intervención no trajo paz el país, por el contrario lo convulsionó: el rechazo al invasor extranjero y los abusos perpetrados por militares de la coalición alimentaron el resentimiento de la población local, contribuyendo a su radicalización.

Los errores continuaron en la posguerra con el desmantelamiento del ejército iraquí. Durante décadas el principal sostén de la tiranía de  Saddam Hussein fueron sus fuerzas armadas, en especial un cuerpo de élite denominado la Guardia Republicana, utilizado con éxito en represiones sangrientas de grupos opositores de kurdos y chiís, pero también fue relevante manteniendo al margen grupos de extremistas islámicos; al ser despojados de sus cargos, un grueso grupo de los soldados y oficiales cesados de las instituciones armadas se integraron a diferentes grupos yihadistas, buena parte de los cuales serían absorbidos por ISIS con el paso de los años.

Estados Unidos ha invertido más de 20.000 millones  de dólares en el refundado ejército iraquí, el resultado ha sido un cuerpo armado corrupto y desmejorado, incapaz de lidiar por sí solo con la amenaza que supone ISIS sobre el terreno: en 2014 se reveló que el gobierno de Irak había estado pagando salarios de 600 dólares a 50.000 soldados que realmente no existían,  al parecer varios generales los registraban en sus libros  contables con ánimo de embolsarse sus salarios.

También se han dado casos de militares que pagan coimas a sus superiores para evadir el servicio, y de policías y soldados que llevan meses sin recibir su paga. Ante el volumen de estas cifras, no es difícil explicar la mentalidad de los millares de militares que desertaron en masa de sus puestos en Mosul, antes de que esta ciudad en el norte de Irak cayera en manos de ISIS. ¿Qué clase lealtad puede guardar un soldado ante una institución tan caótica y fraudulenta?

La violencia sectaria

Las dos doctrinas dominantes en el Islam, el Sufismo y Chiismo, han estado enfrentándose desde el siglo VII, el origen de sus diferencias se tejió en torno a la sucesión  de Mahoma. Una corriente, los chiís, consideraba que debían ser los descendientes biológicos del profeta quienes guiaran el Islam, no obstante, no todos los musulmanes compartían este parecer, los suníes abogaban por los líderes más “idóneos”, no necesariamente con un parentesco familiar con Mahoma. Este cisma religioso ha perdurado con el paso de los siglos, y ha echado raíces en la doctrina y las costumbres de las diferentes facciones.

Durante la cruel tiranía de Sadam Hussein, una administración laica que sin embargo favoreció ampliamente en la burocracia y en el ejército a los grupos suníes, los kurdos sufrieron un brutal genocidio, a los chiís se les excluyó del sistema político y sus líderes fueron exterminados y confinados en calabozos. Algunos de ellos consiguieron escapar de las garras del régimen exiliándose en países occidentales  y otros en Irán, una república islámica  gobernada hace años por chiís. La salida del poder del dictador iraquí en teoría significaba la oportunidad de sanar viejas heridas conformando un gobierno civil de coalición en el que tuvieran una representación clara los líderes de las principales comunidades iraquíes: suníes, chií y kurdos.


Por desgracia, las potencias occidentales eligieron patrocinar a Nuri al-Maliki, un político incompetente y corrupto que tomó una serie de decisiones  cuyo resultado principal sería azuzar la violencia sectaria y acrecentar la desconfianza de los iraquís hacia sus instituciones. Por ejemplo, utilizó la legislación antiterrorista para perseguir a sus enemigos políticos, cortó la financiación a milicias suníes como “Los hijos de Irak” que se habían revelado efectivas combatiendo grupos yihadistas (entre los que se encontraba Al Qaeda) y habrían podido ser útiles cortando terreno a ISIS, además hizo la vista gorda ante los atropellos cometidos por escuadrones paramilitares chiís en contra de  civiles suníes en la ciudad Bagdad; el fruto de esta permisividad puede  apreciarse claramente este mapa elaborado por el New York Times. No hay duda que ISIS aprovechó la impopularidad entre la comunidad suní del abiertamente sectario gobierno de Mailiki para para reclutar militantes.


Mapa: New York Times.

Pero Maliki recibió también otros apoyos. Al ser chií, fue apoyado por esta comunidad, que representa cerca del 65% de la población de Irak según algunas estimaciones y que durante el régimen de Hussein fueron tratados como ciudadanos de segunda categoría. Los kurdos lo apoyaron a cambio de una autonomía administrativa y política que llevaban reclamando décadas, y que les ha sido concedida por las circunstancias especiales que imperan hoy por hoy. Las derrotas militares de ISIS que más han cobrado protagonismo en los medios fueron propinadas por los kurdos.

Medio oriente: Un laboratorio de juegos de diferentes potencias regionales con agendas propias.

Algunos analistas dicen que el gran triunfador de la guerra de Irak ha sido Irán, no les falta razón. El gobierno de Teherán ha suministrado a Irak un valioso apoyo logístico y militar en su lucha contra ISIS. El país persa es un enemigo declarado de esta agrupación terrorista, no obstante ha sabido rentabilizar su existencia para expandir su influencia en la región; un extenso grupo de los políticos y militares que rigen el rumbo de Irak actualmente estuvieron exiliados largos años en Irán, no es extraño que abriguen una lealtad perruna hacia este país. Después de vivir varios meses de tensión por cuenta de su programa nuclear no deja ser paradójico que el país persa se haya convertido en un silencioso aliado de Estados Unidos en la lucha contra Isis.

El gobierno saudí por su parte está explotando el sentimiento de victimismo que viene engendrándose en el seno de la población suní derivado del progresivo aumento del poder chií. El objetivo de los saudís claramente es contrarrestar la creciente influencia de Irán en la región. Es de pleno conocimiento público que tanto el gobierno como opulentos jeques saudíes han financiado grupos subversivos sunís en Siria e Irak, buena parte los cuales se han integrado ISIS.  “Los donantes de Arabia Saudí constituyen la principal fuente de financiación para los grupos terroristas suníes en todo el mundo... Debemos esforzarnos más, porque Arabia Saudí es una base financiera crucial para Al Qaeda, los talibanes y otros grupos terroristas”, así decía  un memorándum del año 2009  firmado por la entonces Secretaria de Estado Norteamericana Hilary Clinton.

El rol jugado por Arabia Saudí en este conflicto es tan turbio, que es inevitable preguntarse por qué potencias como Francia, Estados Unidos y Reino Unido lo han tolerado. Sí, Arabia Saudí es el mayor productor mundial de petróleo y también han efectuado fabulosas compras de armamento a estos países occidentales, sin embargo las actuaciones de los saudís han tenido serias implicaciones en la seguridad de estos estados enceguecidos por el dinero.

Tayyip Erdogan, el primer ministro turco también tiene una cuota alta de responsabilidad. El gobierno de Turquía permitió que en los años recientes sus fronteras del sur se convirtieran en una gigantesca coladera por la han que ingresado en Siria miles de yihadistas provenientes de Europa para integrase a ISIS. También ha tolerado el contrabando de gasolina y otros bienes que han contribuido a la financiación de esta organización terrorista.  Aspiraba así a cazar dos pájaros de un solo tiro: debilitar al régimen sirio de Bahser al Asad con el que mantiene disputas y evitar a cualquier costo el fortalecimiento  de la autonomía de los kurdos en Siria e Irak.

¿Qué gana Erdogan hostigando a los kurdos? En el siglo pasado la minoría kurda en Turquía sostuvo una guerra de guerrillas en contra del Estado, hace unos años se firmó un cese al fuego en el contexto de un proceso de paz, pero Erdogan quería reiniciar las hostilidades porque suponía que podría generarle beneficios políticos en el corto plazo, puesto que su partido perdió la mayoría absoluta en las elecciones parlamentarias de junio de 2015.



Mapa: ElPaís

Parece habitual la propensión a ver los conflictos de Oriente Medio como una batalla entre los “buenos” y los “malos”. Por años el público occidental ha comprado el cuento de hadas, vendido por políticos de discurso apocalíptico, de que tenemos el deber y la facultad de salvar a los musulmanes en nombre de la democracia y la libertad. Lo que no se dice es que tras esta perorata pomposa hay un  cúmulo  de agendas ocultas y que el terrorismo que vivimos hoy en día  es la cosecha de lo que estas sembraron.

Publicado originalmente en Revista CiudadBlanca

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