domingo, 13 de marzo de 2016

Elecciones en Perú: ¿Hija de tigre?

Según la encuesta publicada por la firma GFK,  Keiko Fujimori va a ganar las próximas elecciones presidenciales en Perú: un 34,6 % de los peruanos se decantarían por ella. Su rival más cercano, el economista Julio Guzmán,  quien fue descalificado esta semana por el Jurado Nacional Electoral “por irregularidades en la inscripción de su candidatura” y está a la espera de la resolución de un recurso extraordinario en su amparo, apenas alcanza el 16,6%. El resto de los candidatos no supera el 10 %, presumiblemente aumentaran unos cuantos puntos tras la caída en desgracia de Guzmán, sin embargo podría no ser suficiente, en todas las proyecciones son derrotados por Keiko, candidata del partido Fuerza Popular. El panorama que muestran otras encuestas (DATUM, CIT, IDICE) retrata un panorama similar.
Parece mentira,  la heredera política de Alberto Fujimori está a la cabeza en las preferencias de los electores del Perú.
 A la sombra de su padre.
El fantasma de Alberto Fujimori sigue rondando en el Perú. La justicia lo encontró autor intelectual de una serie de masacres civiles perpetradas por las fuerzas armadas y grupos paramilitares entre las que se encuentran la de Barrios Altos y la de la Universidad  de la Cantuta, además del asesinato de Mariela Barreta, una agente del servicio de inteligencia que fue torturada y descuartizada según la Fiscalía peruana como una represalia por filtrar información a la prensa sobre las fechorías que estaba cometiendo el gobierno. Alberto Fujimori fue condenado a 25 años de prisión por estos  y otros crímenes.
La lista de los pecados de su dictadura se extiende más allá de las violaciones de derechos humanos; está ampliamente documentada la corrupción del régimen fujimorista, una de las más escandalosas en tiempos recientes: manipuló la agencia recaudadora de impuestos para beneficiar a sus adeptos y acosar las empresas de sus enemigos políticos, sustituyó los jueces titulares por una camarilla de provisionales encubridores de sus abusos, persiguió la prensa independiente interviniendo medios de comunicación, y por medio de su asesor, Vladimiro Montesinos, sobornó vastos estamentos de la sociedad peruana entre los que se encontraban congresistas, empresarios, opositores políticos, sacerdotes y militares. Al parecer Montesinos grabó cada soborno con el objetivo de granjearse la lealtad de los implicados por medio del chantaje; paradójicamente,  uno de estos videos se filtró a los medios, y como  resultado, el régimen experimentó una vertiginosa caída. Al final, según estimaciones Transparencia Internacional, el desfalco del gobierno de Fujimori ascendió a 600 millones de dólares.
El éxito del fujimorismo
Es difícil de creer, pero a pesar de su legado sanguinolento y corrupto, la base de sus seguidores actuales es amplia: un buen segmento de la población de mediana y tercera edad le reconoce los golpes que le propinó al grupo terrorista Sendero Luminoso, una agrupación  guerrillera de orientación maoísta, que en los años ochenta sembró caos y destrucción en el Perú.
Por otra parte, es clave tener en cuenta que en la mentalidad del elector fujimorista valores abstractos como la democracia, la legalidad y los derechos humanos no son relevantes, o están relegados a un segundo plano. Entre Fujimori y sus votantes se constituyó una relación clientelar basada en el intercambio de favores. Él implementó  una política asistencialista, una especie de caridad pública, traducida en la entrega subsidios y auxilios atados al respaldo político. A pesar del crecimiento económico que ha experimentado el Perú en los últimos años, los gobiernos que siguieron al Fujimori han sido incapaces de reducir la brecha entre los ricos y pobres, y dejar de lado esa deleznable práctica política de utilizar el estado como un instrumento de compra de voluntades. Ahí radica el éxito del fenómeno fujimorista.
Keiko Fujimori nunca ha renegado del gobierno de su padre, por el contrario, asumió el liderazgo de su movimiento cuando él fue condenado a prisión. Es más, ha exigido reiteradamente la liberación de su progenitor por motivos humanitarios. Según la candidata presidencial la condena a Alberto Fujimori fue “política y motivada por el odio”.
¿Pasará lo mismo que en 2011?
Las elecciones  de 2011 estuvieron marcadas por la polarización. En la segunda vuelta se enfrentaron Ollanta Humala, quien fue catalogado  como un chavista por la prensa en el contexto de esa elección, y Keiko Fujimori.
 Al Final, el actual presidente consiguió la adhesión a su campaña de un nutrido grupo de intelectuales (entre los que se encontraba el Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa) alarmados ante la posibilidad del retorno del fujimorismo al poder, con la condición de que respetara las garantías democráticas y el libre mercado.
Keiko aprendió una lección que aplicó a los presentes comicios: retiró de su lista del congreso a los candidatos más impresentables del fujimorismo, además ha moderado en cierta forma su discurso sobre los crímenes del gobierno de su padre, concediendo que “se cometieron errores”.
Empero, hay serios indicios que permiten pensar que estas maniobras son meramente un giro discursivo para convencer a la opinión de que no cometerá las mismas faltas que su padre, pero nada más. Personal de su campaña ha repartido comida y electrodomésticos en los barrios populares. Además no ha renegado realmente las políticas nefastas de su padre, pues ha achacado “los errores” a manzanas podridas.
Aún falta un mes para que se celebre la primera vuelta, en el transcurso de las semanas se verá si alguno de los candidatos puede desafiar el inmenso poder que ha conseguido amasar Keiko Fujimori, en buena medida, gracias al legado de papá.

Publicado originalmente en Revista CiudadBlanca

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