*Publicada originalmente en El Mal Economista en Junio de 2019 https://elmaleconomista.com/deben-ser-removidas-las-estatuas-confederadas-en-estados-unidos/
El
aumento de actos terroristas consumados por supremacistas blancos en contra de
minorías nos obliga a interrogarnos por algunos de los orígenes de esta forma
de violencia motivada por odio racial.
En la noche del viernes
11 de agosto de 2017, las calles de Charlottesville, un silencioso pueblo
universitario en el occidente de Estados Unidos, fueron sacudidas por
estruendosas manifestaciones de supremacistas blancos. Convocados por la
plataforma “Unite the Right” en respuesta a la decisión del ayuntamiento del
municipio de remover la estatua del general confederado Robert E. Lee, y en un
número que ronda de 500 a 1000 según diferentes estimaciones, los
manifestantes hicieron un despliegue de
intolerancia y fanatismo que hizo recordar los momentos más funestos del Ku Kux
Klan en el siglo XX: cargados de antorchas, banderas confederadas y nazis,
algunos con indumentaria militar y armas automáticas, marcharon alrededor del
campus de la Universidad Virginia cantando consignas
fascistas como “Jews will not replace us” y “blood and soil”.
Eventualmente se
encontraron con un grupo de manifestantes antifascistas más pequeño, lo
rodearon y se enfrentaron a ellos con palos y gas pimienta. La violencia
continuó a lo largo del sábado y alcanzó su clímax cuando James Alex Field
Junior, un integrante de “Vanguard America” (grupo antisemita que se opone al
multiculturalismo y propugna un Estados Unidos exclusivamente blanco) embistió
con su automóvil a una multitud de personas que protestaban contra los mítines
de supremacistas blancos en el pueblo, dejando el saldo de una persona muerta y
varios heridos.
Al igual que la masacre en una iglesia perpetrada por el
supremacista blanco Dylann Roof en 2015, estos hechos de violencia pusieron en
el foco del debate el papel que juegan las estatuas confederadas en los
espacios públicos. ¿Qué exactamente representan estos monumentos en términos
culturales e históricos? ¿Deben las autoridades gastar fondos públicos en su
mantenimiento incluso si son fuentes de crispación social? ¿Deben ser removidos
de los espacios públicos?
Remover
o no remover.
Según el profesor Gaines Foster, autor de
“Ghost of the Confederacy” una forma sensata de decidir este asunto es tener en
cuenta dos aspectos 1. ¿Qué propósito tenían quienes construyeron las estatuas?
2. ¿Qué representa el personaje que es honrado con el monumento?
Los defensores de las
estatuas confederadas a menudo alegan que son parte del patrimonio de Estados
Unidos, y que fueron construidos con el propósito de honrar la vida de aquellos
que lucharon denodadamente en defensa las pretensiones de los “opresivos”
estados del norte sobre los del sur en el contexto de la guerra de Secesión
estadounidense; para ellos, quitarlos de los espacios públicos significaría borrar
la historia. El gobernador republicano del estado de Maine, Paul Lepage, llegó a decir que removerlos sería
como derribar los monumentos conmemorativos del 11 de septiembre en la ciudad
Nueva York, y comparó a quienes pretender remover las estatuas confederadas con
los talibanes de Afganistán.
James Grossman, el
director ejecutivo de la Asociación Estadounidense de Historia, desestima está versión: esta narrativa de la
rebelión heroica de los estados del sur es un intento de legitimar las figuras
públicas de este bando involucradas en la guerra de Secesión, y está cimentado
en torno a la idea falaz de que la esclavitud no era el motivo principal de
disputa entre los bandos en confrontación.
Simultáneamente, tras
este pretendido tributo al heroísmo se esconde una declaración política de
supremacistas blancos abogando por su hegemonía social y política. De hecho, la
mayoría de los monumentos fueron construidas en dos periodos definitorios de
las relaciones raciales en Estados Unidos como puede verse claramente en este informe del Southern Poverty Law Center que
reseña también escuelas públicas nombradas en honor a políticos y militares
confederados.
El primer periodo es el
de la implementación de la Leyes de Jim Crow, transcurrido entre 1890 hasta
1920. Estas leyes promulgadas en los estados del sur estipularon la segregación
entre blancos y negros en diferentes espacios públicos como por ejemplo
escuelas, baños y restaurantes, y restringieron su participación política
privándolos del derecho al voto. El segundo pico (los años 50 y 60 del siglo
pasado) de los monumentos confederados en el informe coincide con los choques
entre el movimiento derechos civiles para los afroestadounidenses y los sureños
que se resisten a sus reivindicaciones.
Las estatuas confederados
fueron un mecanismo del que se sirvieron los supremacistas blancos para
consolidar y promover el orden social impulsado por su ideología; es ingenuo
suponer que el propósito de los monumentos fuera rendir un desinteresado
homenaje a los perdedores de la Guerra de Secesión, por el contrario, buscaban
en primera instancia legitimar los principios racistas de la confederación entre los blancos, y, de
otros lado, decir a los negros que se revelaban
contra la desigualdad y opresión institucionalizada “esto un espacio
blanco, así es como hacemos las cosas y queremos conservarlo de esa manera”.
Varios comentaristas
conservadores han señalado que quitar las estatuas de espacios públicos es una
especie de ejercicios de negación. Según ellos, remover los monumentos no va a
ser que desaparezcan de la historia de Estados Unidos los abusos cometidos
contra los negros, las estatuas deberían permanecer en su lugar para que las
futuras generaciones “recuerden lo que pasó”.
Evidentemente, es
importante recordar el pasado, las nociones que tiene la gente de la historia
en buena medida moldean las relaciones sociales del presente. Sin embargo hay
una gran diferencia entre recordar la historia y rendir homenajes nostálgicos a
hombres como Robert E.Lee que lucharon por perpetrar la esclavitud en Estados
Unidos. Por eso varios historiadores han propuesto que una vez las estatuas
confederadas sean retiradas de los espacios públicos no sean destruidas, y que
sean puestas en museos donde pueda llevarse a cabo un debate informado en torno
a la Guerra de Secesión y la historia de conflictos raciales en Estados Unidos,
acompañada por académicos y especialistas en estos temas.
¿Qué
estatuas deben permanecer y cuáles deben ser depuestas?
El 15 de agosto de 2017 durante una de las más
explosivas ruedas de prensa en lo que va de su presidencia, Donald Trump abrazó
uno de los puntos fuertes del alegato de quienes se oponen a la remoción de las
estatuas “...esta semana es Robert E.Lee, a ‘Stonewall’ Jackson también lo
están bajando. Me pregunto: ¿Será George Washington la semana que viene? ¿Y
Thomas Jefferson la semana después? Ustedes tienen que preguntarse dónde parará
esto” En la misma conferencia unos minutos después anotó: “George Washington
era propietario de esclavos ¿Vamos a tirar su estatua también?”.
El argumento puede
parecer en principio convincente, sin embargo es deshonesto y no se sostiene:
es anacrónico comparar a George Washington con Robert E.Lee, son figuras que
influyeron en las historia de Estados
Unidos en contextos diferentes y con varios años de diferencia, además el
legado que traen hasta nuestros días no admite comparación tampoco. George
Washington, con todas las falencias personales haya podido tener fue un hombre,
que, junto a muchos otros, puso su vida en la línea de fuego para contribuir en
los esfuerzos que llevaron a la independencia de Estados Unidos. Roberth E.Lee
en cambio fue el líder que encabezó la rebelión de un grupo de hombres que se
levantó en armas en contra del gobierno de los Estados Unidos para mantener sus
derechos sobre los esclavos y romper la unión americana.
Luego del ataque
terrorista de un supremacista blanco en Nueva Zelanda que dejó como saldo 50
víctimas el señor Trump dijo
en una conferencia de prensa que él no considera que el nacionalismo blanco sea
una amenaza ascendente alrededor del mundo. No obstante, la cifras parecen
indicar todo lo contario: entre el año 2009 y 2018 el 73,3%
de los asesinatos relacionados con violencia política en Estados Unidos han sido
perpetrados por fanáticos de extrema de derecha. Los operativos
contraterroristas para contener las amenazas de estos mismos grupos en Europa
Occidental se han incrementado en un 191%
en los últimos dos años.
Por años se ha subestimado el desafío que representan estos
grupos racistas, por ejemplo, en la cultura popular se ha retratado al Ku Kux
Klan como una organización de payasos estúpidos e inofensivos. No obstante, ya
hemos sido testigos de los estragos que son capaces de producir individuos
desquiciados por una ideología que proclama la supremacía racial de los blancos.
Es momento de reevaluar los símbolos que han dado legitimidad a su doctrina de
odio.
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